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miércoles, 4 de abril de 2018

Visages, villages, una película con JR y sin JLG

Agnès Varda es una cineasta que goza de amplias simpatías en la comunidad cinéfila internacional. Probablemente porque hizo algunos documentales estimables, sobre todo en la etapa madura de su carrera. Además Agnès aparece en sus documentales y es personalmente simpática. Y seguir filmando a sus 90 años es algo que le agrega un plus de simpatía, de la que gozan la mayoría de los cineastas longevos. 

Agnès se juntó con un artista  performático, JR, cuyo mérito más evidente en Visages, villages, la película que co-dirigieron con Varda, es desarrollar una técnica para hacer gigantografías adhesivas. El principio constructivo de la película consiste en que el dúo se lanza en un tour por pequeñas aldeas a fotografiar personajes tan simpáticos como los mismos artistas. El casting responde a una agenda de corrección política afín al grado de resistencia que la socialdemocracia europea es capaz de ofrecerle al neoliberalismo: trabajadores rurales, una mujer camionera, cabras maltratadas y así. Difícil no adherir a causas tan simpáticas. La idea es retratar a estas figuras y adherir las gigantografías a las paredes de las casas aldeanas para que las fotos se integren al paisaje agreste y hermoso. Al menos por un rato, ya que el arte efímero que practica JR es borrado por las inevitables inclemencias meteorológicas.

Las críticas casi unánimemente favorables que la película recibió en el mundo destacan que el acto de agigantar por un rato las caras de los aldeanos curtidos por el trabajo duro y anónimo es un gesto artístico de reivindicación de las minorías invisibilizadas. Ponele.



JR se parece en algo a Jean Luc Godard: nunca se saca los anteojos oscuros. Así lo destaca Agnès, que al principio de Visages, villages cita un fotograma Les fiancés du pont Mac Donald ou (Méfiez-vous des lunettes noires), una película de ella de 1961 en la que Godard se ve caracterizado como Buster Keaton. En 1961 Varda asociaba a Godard con Keaton. En 2016 asocia a JR a Godard. Godard en aquella época era amigo de Varda y de su marido el cineasta Jacques Demy. Ahora hace años que no se ven. 



Promediando la película, entre retratos de aldeanas, portuarios y cabras, Varda y JR llevan a cabo una performance también simpática: ella se sube a una silla de ruedas y él la empuja a toda velocidad por los pasillos del Louvre, evocando la célebre escena de Bande à part en la que el trío protagónico se propone de recorrer el museo en tiempo record.



Varda intenta poner de alguna manera a JR en lugar de Godard con un esfuerzo de voluntad, hasta físico.



Los autoures van paseando por una serie de puntos geográficos del interior francés, que a su vez repasan una módica agenda de reivindicaciones que humanizan el presente feroz europeo. En ningún momento estas problemáticas se ahondan ni la película detiene su ritmo de paseo: basta con sacarle una foto grande a los postergados, aunque sea borrada en seguida por la marea y los autoures ya estén en otra estación de su tour. El dispositivo elegido por Varda y JR no permite ninguna detención: unos minutos para que cada damnificado cuente su problema, foto gigante y a otra cosa.



¿Cómo podría terminar el tour? A Varda se le ocurre la gran idea: pasar por la casa de Godard, quizás para que el autor de Bande à part pose para JR y luego peguen su foto en el frente de su casa. Agnès Varda dice ser amiga de Godard y dedica unos momentos a señalar la importancia de Godard no solo en su vida sino en la historia del cine. Godard es, efectivamente, el más grande cineasta vivo. Ahora: ¿alguien que lo conozca remotamente puede concebir que se va a prestar a esa foto?

Efectivamente, cuando lleguen al punto, Godard no estará esperándolos y en su lugar, según muestra Varda, encontrarán un breve manuscrito que ella toma como una demostración de la crueldad godardiana. Ella suelta unas lágrimas y le dice "perro desagradecido". De todos modos, para no perder su simpatía, ella aclara que, a pesar de la maldad de Godard, igual lo quiere. Fin.

A medida que la película avanzaba yo iba sintiendo un leve malestar que contrarrestaba el agrado que me producía la elegancia del tour, la nobleza de las causas reivindicadas, la simpatía con que Varda expone los achaques de su edad y la belleza de los paisajes franceses adornados por las fotos de JR.



La expectativa que en el último tramo produce la posible aparición de Godard viene a romper de algún modo la monotonía que estaba empezando a adueñarse del paseo. Una idea me iba creciendo: ¿cómo puede una película así albergar la estatura de Godard?

Respuesta: no puede.

No sé si Varda quiso mostrar la insignificancia de JR al contrastar su figura con la de Godard. O capaz mostrar su despecho porque Godard ya no le pasa bola. Finalmente, dada la banalidad en la que Visages, villages se desenvuelve, involuntariamente o no, Varda logra exaltar la grandeza de Godard, que no cabe en una película como Visages, villages.

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