todos estamos igual

miércoles, 9 de abril de 2014

BAFICI $26: Los perros de la lluvia de Tsai Ming-liang

Stray Dogs, obra maestra absoluta del cine contemporáneo

El plano de este BAFICI que no olvidaremos jamás

por Oscar Cuervo

El non plus ultra de Tsai Ming-liang. ¿Se despide Tsai del cine con Stray Dogs? No sé, eso dicen, ojalá que no, pero es cierto que algo llega a su fin con el último plano de esta tremenda película.

Digamos: Tsai Ming-liang es un maestro del cine contemporáneo. Alguna vez, no hace tanto, fue lo nuevo. Mucho cine, muchas películas y muchos directores salieron de ahí, de él.

Su obra ha consistido en una irrupción y una radicalización del inicio. 

Es posible enumerar precursores de Tsai: (pero no tengo ganas de repetirlos): pero todos ellos sumados no daban Tsai Ming-liang. Su existencia, un día antes, no era esperable. 

Hoy, a casi dos décadas, el cine de Tsai parece inevitable.

El mundo contemporáneo necesita hacerse ver a través de Rebeldes del Dios Neón, Vive l'amour, El Río, The Hole, What time is it there?, The skywalk is gone, The wayward cloud, I don't want to sleep alone...

Y Stray Dogs: la desembocadura.

Es el mundo que no llegaría a verse sin ellas, ¿se entiende lo que digo?

La irrupción del plano en el cine de Tsai: hay una violencia, un cachetazo, una descarga eléctrica que se produce en la sala de cine cuando en sus películas un corte da lugar a un nuevo plano. Cada plano que irrumpe, parece un latigazo de Dios. El corte se siente en su cine como si el montaje se estuviera inventando ahí ante nosotros. La composición de cada plano, el recorrido que tiene que hacer la mirada. Las líneas diagonales, la fragmentación, la inestabilidad, la quietud tensa.

Después del sobresalto que impone el comienzo de cada plano hay un tiempo para contemplar.

La acción es en cada caso extremadamente simple.

La duración del plano en Tsai: el arte de estelcineasta consiste en sostener el plano hasta lograr que precipite, en el sentido químico de un precipitado. Y también en el sentido pluvial de una precipitación. Como cuando una nube acumula suficiente presión hasta llorar.

En el cine de Tsai la lluvia es siempre llanto.

La blandura del agua, la dureza del cemento, esa condición ambigua de la carne humana, la carne: estos elementos fueron filmados por Tsai Ming-liang. Antes existían, pero nunca se habían visto así, juntos, tan patentes uno con el otro.

Hay unos cuantos planos en Stray Dogs destinados a perdurar en la historia del cine y en mi memoria.

Ninguno tan tremendo como el primer plano de Lee Kang-sheng cantando su canción de derrota. “¿Cuándo finalizará la pena de los sujetos de este Imperio?”. Tremendo porque ese primerísimo plano es uno de los más tensos jamás filmados. El universo, la época, caben en ese rostro. La textura de su piel, la ferocidad del viento, el plástico golpeándole la cara, los ojos enrojecidos, la lágrima, el hilo de moco que empieza a correr cuando el plano ya lleva varios minutos. La ciudad ruge fuera de foco. Es difícil de olvidar.

En ese plano, con Lee recitando y después cantando su canción desesperada, él, que nunca fue de decir mucho, que siempre dijo nada, se condensa todo el cine contemporáneo.

Es un acercamiento: antes hemos visto a Lee trabajando de sostener un cartel con un aviso inmobiliario, un número de teléfono y unos ideogramas, entre los autos y motos que le pasan a centímetros, en el lugar más hostil que pueda concebirse para el trabajo humano, debajo de una autopista. Desolation row.

Y los últimos dos planos, la pareja, el hombre solo, su silueta negra frente al mural, ese negro que absorbe toda la oscuridad del cine: el fuera de campo en el campo, el campo en el mural, el mural en el tunel (nunca vi un paisaje tan triste), el plano vacío después, el silencio más impresionante jamás filmado.

Es difícil imaginar cómo podría seguir eso, si es que puede seguir.

Hay otro plano primerísimo, con la cara de Lee durmiendo, los pliegues de sus labios, los pelitos del bigote. Una nueva perspectiva antropológica en la inmensidad de la pantalla. Algo que solo puede experimentarse en una sala de cine.

Creo que Lee Kang-sheng es el ícono del cine contemporáneo. Fue una suerte que se hayan encontrado con Tsai.

Fue un gusto para mí haberlos conocido, cuando vinieron a Buenos Aires, haber cruzado unas palabras con cada uno de los dos. 

En este BAFICI  todavía hay otra de Tsai: Journey to the west. Un mediometraje. Dicen que lo hizo antes y lo dio a conocer después de Stray Dogs. Así que no sabemos si es el principio después del fin o el momento previo al final. 

Una sola cosa más: el arte de Tsai Ming-liang se puede evocar fuera de las salas de cine -en este blog, por ejemplo, en un monitor, por ejemplo-, pero solo respira en ellas.

Good bye, Dragon Inn.

1 comentario:

Liliana Paolinelli dijo...

También sentí un arrobamiento de felicidad con esta película, a cada plano una se pregunta ¿cómo es posible? ¿Será real esto que veo? Actuaciones descomunales, encuadres y planos tocados por los dioses.
Sin embargo la última parte, después de que Lee sopla las velas, me pareció un agregado que no sólo no le suma sino que le quita misterio a lo anterior. Cada quien puede quedarse con lo que desee, por supuesto: hasta el momento citado, incluso un poco antes, cuando la empleada del super abraza a los chicos trepados al árbol, queda narrada la historia toda de ese hombre: la muerte de la mujer en la acción del repollo, el descenso de clase de Lee en la forma cómo lava a sus hijos, en sus uñas limpias cuando come pollo. No era necesario, en mi modesto ver, esos largos minutos finales que funcionan a modo de explicación: esposa obsesionada por la limpieza, en fin...
Me quedo con el abrazo bello y horroroso de la mujer y los chicos subidos quién sabe cómo a una rama de árbol mientras el bote se va, con el padre. Cierra además con el plano inicial, que muestra los chicos durmiendo y la mujer peinándose… ¿después de la lluvia?