todos estamos igual

martes, 8 de febrero de 2011

Los búhos no son lo que parecen

Algunas consideraciones sobre La casa muda
(y los puntos 1 y 2 detallados en la reseña de Oscar)


por Lilián Cámera

Fui a ver La casa muda casi convencida de encontrarme con un fiasco. Había llamado mi atención en los avances por cierta cualidad de la luz y un singular silencio que parecía sobrevolar en sus escenas. En principio, el título es acertadísimo, no se trata de un relato que nos abrirá un pasaje hacia lo verazmente sucedido en la década del 40 en un pueblito de Uruguay, en el que aparecieron dos cuerpos mutilados en una casa de los alrededores. Mas bien es la preservación de un secreto, tal vez un secreto a voces, como puede ocurrir en las pequeñas poblaciones. Secreto del que el director elige dejarnos apenas indicios, huellas que se confunden con esa luz inestable que va marcando el tiempo “real” de la historia.

En principio disiento con la consideración de Oscar de que los personajes actúan de un modo inexplicable. Podríamos decir que ese espacio interior es el espacio de los excesos. Aquello que permite dar paso a una disonancia melancólica donde se anudan sueños, dramas y deseos, como el castillo o la mansión gótica, ese chalet abandonado es la materialización del extravío. Los protagonistas apenas hablan, sus tonos de voz dicen lo que dicen y además otra cosa. El itinerario en medio de las tinieblas de esa joven que intenta disuadir su miedo con la tenue luz de su farol nos lleva a un locus de pesadilla, donde el deambular no tiene otro sentido que el agotamiento de las profundidades, la tensión de no saber qué está pasando ni por qué. ¿Puede haber algo más escalofriante que la mera oscuridad y los sonidos que confirman que algo o alguien nos acecha?

La película, parca en explicaciones, nos muestra que llegan padre e hija a esa casa en ruinas, con ventanas tapiadas y un jardín abandonado que deberán poner en condiciones en un par de días y una recomendación del dueño: al piso de arriba no se deber subir, invirtiendo uno de los presupuestos más usados en el género, donde lo innombrable se guarda mucha veces en los sótanos. De ahí que la fascinación por descender a esas oscuridades se troque en este caso por saber qué está sucediendo en las habitaciones del primer piso.

La luz, que con acierto es casi inexistente en la mayor parte de las escenas, tiene sin embargo algunos matices. Un diálogo en el porche de la casa nos indica un atardecer, y por las palabras del anfitrión el tiempo previo a una cena. Sin embargo cuando los personajes se disponen a descansar en los sillones destartalados, se cuela imprevisible y fatal para mostrar (¿subrayar?) que en el afuera hay un día que de ahí en adelante les será ajeno. Luego, cuando se produce el viraje de la historia adquiere una especie de crescendo, como si el director eligiera ese artificio de iluminar lo más siniestro de los hechos para indicarnos la carcoma de una enfermedad que hace que la casa sea muda, como lo son (o lo han sido) en cierta forma sus habitantes.

Tal vez ahí resida su flaqueza, los itinerarios prohibidos de la noche toman su fuerza de la suspensión de la luz, la tiniebla favorece la visión de la locura y la grieta. No se trata de que los protagonistas intenten salir, no pueden hacerlo. Hurgan en lo amenazante porque están presos de un juego perdido de antemano, circunvalan un enigma como quien escarba con una aguja bajo las uñas. Lo demás es lo fulgurante de los relatos de terror, el crimen o el ocultamiento vinculado (como en el gótico) con un cuerpo femenino, mundos cerrados, asfixiantes, que acaban en la destrucción, y algo primario que se nos revela en la infancia: los monstruos existen aunque no sean alienígenas ni tengan la cualidad babosa de algún ente lovecraftniano: están cerca, demasiado cerca de nuestro patio.

Punto aparte para el bonus track que aparece tras los títulos, innecesario y redundante, mejor levantarse de la butaca y quedarse en esa pura pérdida de lo que pudiera haber pasado en ese “todo el tiempo está pasando”. La casa muda merece mis respetos con todas sus fallas. Espero que Gustavo Hernández se anime a más, por lo pronto se compraron sus derechos y Hollywood la llevará a una remake, que tendrá tal vez más poderío económico pero seguramente mucho menos sutileza.

6 comentarios:

Liliana dijo...

Habrá que verla, nomás...

Martha dijo...

Es interesante tu punto de vista. Bien.Martha

julieta eme dijo...

hoy a la noche la veo. después te cuento.

Oscar Cuervo dijo...

Lilián:
la opción narrativa de acompañar el punto de vista de un personaje en tiempo real impone una determinada dirección al relato a lo largo de sus 79 minutos. En esa dirección obligatoria, consideraciones como "la preservación de un secreto, tal vez un secreto a voces" o "la tiniebla favorece la visión de la locura y la grieta" son extrínsecas al desarrollo de la trama y sólo se pueden interpretar a posteriori. Como interpretación y no como parte de la experiencia en tiempo real de la película.
Mi objeción se refiere a algo anterior a esta interpretación que vos proponés: se refiere al funcionamiento de la narración. Creo que eso es lo que es fallido y no cuestiono tu interpretación sino la manera como la película narra.

Hay miles de películas en la historia del cine, de distintos géneros, que proponen acompañar el punto de vista de un personaje y que, luego, en el transcurso del relato, ponen en crisis ese punto de vista: desde El gabinete del Dr. Caligari hasta Mulholland Dr, pasando por Vertigo, El bebé de Rosemary, Apocalipse now o Blade Runner. Son películas en las que vos compartís el trayecto de un personaje, hasta que por algunos indicios te tenés que distanciar de él. Cada película lo resuelve de un modo diferente. Pero la clave para que este mecanismo funcione es que vos puedas en el inicio comprender al personaje. Vos tenés que enamorarte de Kim Novak en Vertigo, acompañando la fascinación de James Stewart, vos te preguntás junto con Martin Sheen por los motivos del cnel. Kurtz. Vos seguín a Harrison Ford en su investigación hasta que empezás a pensar que él mismo puede ser un replicante con memorias implantadas. Sin esa comprensión inicial, no puede haber puesta en crisis posterior del punto de vista.
Eso es lo que no sucede en La casa muda: no hay posibilidad de poner en crisis el punto de vista porque no funcionó desde el principio. No puedo creer en la verdad del personaje ni tampoco me remite a una posible locura, sino tan solo a un capricho arbitrario: me hace ruido todo el tiempo que insista en quedarse encerrada hurgando los rincones oscuros de la casa, cuando está establecido por la narración que en esa casa hay un peligro: estoy obligado a seguir a un personaje cuya lógica no creo (cuando digo lógica, no me refiero a si el personaje es o no es racional, sino el motivo que lo impulsa). Durante una larga hora me pasa eso: estoy obligado a acompañar a la chica y todo el tiempo me digo: ¡pero pelotuda, largá el sol de noche y salí de la casa! Así que cuando se empieza a develar la anomalía del personaje (y ya se fue gran parte de la película) la única intriga que me produce es por qué el guionista hizo un personaje tan poco creíble. Y por eso, la revelación de su psicosis no me produce ninguna crisis como espectador. Así que el epílogo, para mí, no le quita algo que la película haya tenido. Más bien me parece un síntoma de que el autor tiene cierta conciencia de lo endeble de su planteo narrativo.
Y síntoma de lo mismo es el uso arbitrario que hace de la iluminación en las dos partes de la película. Que le ponga una luz teatral encima del cochecito del bebé o para iluminar la pared con las fotos no es "para indicarnos la carcoma de una enfermedad que hace que la casa sea muda", sino porque en los últimos 20 minutos quiere aclarar las cosas que en el guión quedan confusas.
No es lamentablemente la carcoma de una enfermedad (como en Mulholland Dr) sino chapucería cinematográfica.

Oscar Cuervo dijo...

Y yo también tengo mi Bonus:
No soy para nada un defensor de la idea de que el cine tiene que narrar. Creo que por ejemplo Autohystoria o Posible lovers son a su modo películas de horror que se instalan en el grado cero de la narración. El cine puede producir horror sin narrar. Inland Empire se desenvuelve en un extravío pesadillezco que prácticamente no narra nada y sin embrago horroriza. Mulholland Dr. se propone de inicio como un thriller clásico, con intrigas, mcs guffins, objetos que funcionan como indicios que en realidad te extravían. Y va minando de a poco los sostenes del punto de vista, hasta que te logra enloquecer.
La casa muda elige narrar de un modo lineal, y esa linealidad (que en sí no es objetable) deja al descubierto sus fracturas, fracturas técnicas del guión, no fracturas metafísicas.

Lilián dijo...

Sigo pensando cada una de las palabras escritas en esta reseña, es lo bueno que tiene el cine, mismas películas diferentes abordajes.

por lo demás hice un esfuerzo tremendo por no utilizar la palabra "psicosis", parece que no valió la pena.