todos estamos igual

jueves, 25 de febrero de 2010

El living, la ciénaga

(otra historia de la filosofía; viene del capítulo anterior)


por oac

Hay modernos tardíos (ay) que sienten nostalgias por lo que nunca han tenido. Añoran al sujeto fuerte de la modernidad, el que tomó en sus manos la realidad y lo real, el que proyectó la ciencia y sojuzgó a su objeto; el que diseñó la tecnología y dominó la naturaleza, el que se hizo cargo de la Historia e hizo la revolución (la única revolución triunfante hasta la fecha: la revolución burguesa).

Y pensar que ese magnífico sujeto, capaz de tan magnas cosas, nació fallado...

Porque el sujeto moderno nació fallado. Y esa falla es su marca de nacimiento.

Descartes es el burgués sentado en su living, pensando en conquistar su autonomía existencial y, por ende, su paz espiritual. Porque ya tenía un buen pasar, y entonces sólo le faltaba darse su propia ley. Y en esa empresa, sabiéndolo o sin saberlo, Descartes empezó a transitar el camino de la modernidad, es decir: de su autonomía.

¿Qué verdad puedo darme a mí mismo, sin depender de otros? Descartes estaba preocupado por la posibilidad de que le pasara como a Galileo, que había sido procesado por la Inquisición y cuya teoría heliocéntrica fue condenada como herejía. Galileo tuvo que retractarse, a pesar de que seguía creyendo en el movimiento de la tierra. Galileo se retiró a sus aposentos humillado por los Inquisidores, él, uno de los hombres más brillantes de su época.

Descartes no quiso correr la misma suerte, pero tomó el proceso a Galileo como una enseñanza. Así que se retiró a sus aposentos a desdoblarse. Yo puedo desdoblar lo que pienso de lo que hago, porque el ámbito de mi libertad es interior. No radica la libertad en lo que yo pueda decirle al mundo, sino en lo que yo pueda decirme a mí mismo.

¿Y qué se dijo?

Se dijo: soy.

Esa es la primera verdad indudable, el fundamentum inconcussum absolutum veritatis, la verdad primera, sin la cual es imposible fundar otras verdades: yo puedo ser víctima de ilusiones ópticas o de alucinaciones, puedo estar soñando ahora, puedo estar siendo engañado sin advertirlo; es más: puedo estar mal hecho, de un modo tan insanable que, sin advertirlo, vuelva a equivocarme una y otra vez. Yo dudo. No estoy seguro de nada excepto de que dudo. Tengo miedo ya de no poder olvidarme de estas dudas acerca de todo lo otro, lo que percibo, siento, sueño o alucino. ¿Y si nada es real? ¿Si la vida es un sueño? Esa es la primera verdad indudable. ¿Cuál? ¿Que la vida es un sueño? ¿Que el mundo quizá no exista? No, eso es dudoso. Lo indudable es que yo desearía olvidar esta sospecha y temo no poder hacerlo. Temo, tiemblo, ergo: soy. Lo real, lo único real, es esta duda.



La manera en que yo capturo mi ser es esa vacilación, esa inquietud que consiste en desear olvidar y no poder. Esa experiencia es transitada por Descartes así: deseo olvidar, no puedo: desear y no poder, eso es ser: soy. Cogito: sum. Me hallo a mí mismo en el trance de desear lo que no puedo. ¿Quién soy? El que no puede olvidar.

No poder olvidar, eso es pensar, eso soy.

(Canto del gallo)

Otro gallo cantaría si Descartes hubiera retenido la aparición (la parición) de ese yo que piensa, si hubiera seguido hurgando en ese touch con su ser, si hubiera registrado y retenido esa marca -el temor, el no poder olvidar- de la verdad que (lo) alumbró, en lugar de haberse respondido: "soy la cosa que piensa".

Pero ese yo así alumbrado se pensó a sí mismo como cosa que piensa, a la vez que comprendió perfectamente que tan magnífico fundamento no podía consigo mismo. Yo, Descartes, no puedo quedarme conmigo mismo, no es esa una verdad que pueda sostenerme. Yo no puedo conmigo mismo. El living en que me hallo pensando es el centro autófago de mi propio infierno. Si me quedo acá pensando, terminaré por ser devorado por esta duda que me ha carcomido. Yo soy, pero necesito algo más, alguien más. Necesito a otro.

Muchas veces se ha criticado la salida que ideó Descartes del laberinto en el cual se hallaba encerrado. Se dijo: fue genial a la hora de dudar, es decir, de destruir sus certezas, de negar el mundo, de dejarlo en suspenso, de reducir al mundo a apenas un objeto de mis actos de pensamiento (yo percibo el mundo, yo sueño el mundo, yo alucino el mundo, yo dudo del mundo, yo descreo del mundo o creo en él, yo, siempre yo). Y fue un pusilánime al tratar de reconstruir todo lo que la duda había destruído. Descartes puso la negatividad (el yo) en el centro del universo. Pero fue Hegel, mucho después, cuando la revolución burguesa ya había sido hecha, el que le puso ese nombre: negatividad.

En idioma hegeliano: la autoconciencia -conciencia que el yo tiene de sí mismo- sólo está cierta de sí misma mediante la negación de lo otro. Yo estoy cierto de la nulidad de lo otro (el mundo entero) y soy cierto en esa nulidad; por esto, esa nulidad del mundo es mi verdad. Situación paradójica, porque para estar cierto de algo (de mí) necesito de eso que niego como incierto, precisamente lo necesito para poder negarlo. Mi certeza depende enteramente de la incertidumbre del mundo, se afirma en la negación del mundo. Negando el mundo me autonomizo, es decir: distanciándome de él, me libero de él. Pero a la vez: dado que mi propio yo consiste -por el momento- en liberarme del mundo, para ser (para ser libre) dependo del mundo. Ser libre requiere depender de aquello de lo que me libero. Afirmarme requiere negar lo que niego, pero también conservarlo, para poder negarlo: porque si eso que yo niego se aniquila sin más, entoces yo (que sólo soy esa negación) terminaría por aniquilarme a mí mismo. (Fenomenología del Espíritu, B, IV).

Así que no hay vueltas que darle: necesito a Otro. O al menos a otro (¿me alcanzaría con otro como yo, otro yo, o necesito Otro otro?)

Como se ve, estamos en terreno cenagoso: y eso que buscábamos una certidumbre. Y precisamente esa ciénaga es el sujeto moderno, nunca fue otra cosa, a pesar de los anhelos de los modernos tardíos.

Es tarde: será por eso que Hegel dijo que el búho de Minerva emprende su vuelo en el momento que oscurece.

Es tarde para mí, que me voy a dormir cuando aclara.

Buenos días, hasta más ver.

7 comentarios:

Inmanente dijo...

Brillante Oscar, me encantó el texto, estaría bueno que explores más seguido estas cuestiones filosóficas básicas para que los legos nos acerquemos un poco más al sentido que muchas veces queda en meros significantes. (x ej el sentido de "negatividad" se me hizo más claro ahora con tu explicación)

Oscar Cuervo dijo...

Gracias, Inmanente.
Ahora ¿más seguido? Mi cerebro ya está completamente seco.

Eduardo Chinaski dijo...

Gracias por el texto; lo he gaurdado para leerlo y releerlo.

César dijo...

Oscar, a que o quien te referis por "modernos tardíos". ¿No será el postmodernismo? ¿o crees que el postmodernismo es modernismo tardío?

Oscar Cuervo dijo...

No, César. Me refiero a los que, de manera reactiva frente a lo que se llamó "posmodernismo", proponen una vuelta a los ideales de la modernidad. Son un a especie paradójica: restauradores de lo moderno, que cayó por su propio peso: cuando la modernidad se caracterizó por una posición de ruptura con la tradición, estos tardomodernos quieren volver a lo moderno. Por eso necesitan mistificar a un pasado "sujeto fuerte" frente a un presunto "sujeto débil" de la postmodernidad.

César dijo...

¿y quienes serían? ¿dónde ubicarlos?
Pregunto porque me desconcierta la apelación al "regreso de la modernidad", a sus supuestos nostálgicos. Yo no veo actualmente mucha pena por el sujeto fuerte, por el mundo de las certezas, por los grandes relatos, por las cosmogonías reveladoras y autosuficientes. Mas bien lo que predomina hoy es el hijo bobo de la postmodernidad, que es el cinismo. De todos modos estamos hablando de manera abstracta, sin anclar lo dicho en situaciones históricas concretas, pero ¿no te parece mas bien que si hubiera algun grado de resistencia encarnado en lo"moderno" podría activarse alguna suerte de resistencia ante la victoria aplastante de lo post?

Oscar Cuervo dijo...

César:
yo hago una caracterización, no hace falta dar nombres, he discutido mil veces con reivindicadores de la modernidad, incluso marxistas que reivindican el proyecto de la ilustración. Obviamente que la línea dominante es el cinismo posmoderno, pero yo estoy haciendo en la radio una historia de la filosofía, ¿por qué habría que reivindicar un proyecto mistificándolo y atribuyéndole una integridad que nunca tuvo? Para hacer una resistencia al neoliberalismo no creo que haya que hacer una vista gorda a las deficiencias de la modernidad.
saludos