todos estamos igual

viernes, 22 de enero de 2010

Herzog: a partir de hoy

Skys, volcanes, soldaditos, liristas, ciegos y subastadores



por Pablo Taskar

En su costado más pueril la cinefilia consiste en completar álbumes de figuritas, lo cual implica estar buscando permanentemente aquellas “difíciles" que sólo circulan muy de vez en cuando.

Fetichismo apenas encubierto bajo la coartada de poder hablar con propiedad, por ejemplo, de las constantes estilísticas y argumentales de un director -siempre que lo consideremos auteur - o, más patético, para gritar a otros cinéfilos "¡yo la vi y vos no!".

Pensaba en esta dirección hace algunos meses a propósito del chiche que me había prestado un amigo: una elegante pieza de 3 dvds de edición española denominada Pack Werner Herzog, Documentales y cortometrajes.

Y como en el ciclo programado por el TGSM se presenta la posibilidad de ver algunas de las películas incluídas en esta Cajita Feliz de 9 obras realizadas entre 1962 y 1984, quería compartir con La otra lo que me suscitaron escribir.

Una manera de combatir ese absurdo autismo cinéfilo mencionado en el primer párrafo (que a veces también me ataca). O un bonus track al artículo de Caldini, acaso leído en formato papel allá lejos y hace tiempo.


El gran éxtasis del escultor de madera Steiner - 1973

Cada vez más alto, sin subestimar su propio miedo y sin el fin utilitario de convertirse en campeón, el escultor Steiner salta con su sky, vive suspendido en el aire segundos encantados y es registrado en ralenti. Un cuerpo en soledad tan separado del mundo como Aguirre, pero menos dañino y a la conquista de algo inmaterial que sólo le compete a él.


La Soufriere – 1977

¿Alguien recuerda cuando Wim Wenders (en Tokio Ga, de 1985) mostraba a Werner Herzog en el alto mirador de una gigantesca torre tokyota explicando su presencia allí para intentar captar alguna imagen del mundo que aún no hubiera sido filmada? Esa motivación, toda una vertiente del cine de Werner, es susceptible de ser inferida a partir del mediometraje La Soufriere. Veamos: se espera en forma inminente la erupción de un volcán ubicado en una isla habitada de las Antillas francesas. La catástrofe sería de tal grado que imperiosamente se evacúa la villa a sus pies, quedando abandonada e intacta. Un pueblo fantasma habitado por animales y basura.
El suceso fascina a Herzog que, en la piel del realizador intrépido y buscador de lo inexplorado –papel que iría perfeccionando a lo largo de los años (ver The white diamond, de 2004, o Encounters at the end of the world, de 2008)-, se dirige allí, arriesgándose él y su equipo. En el lugar, además de toparse con ciertos marginales que pese al peligro rehusan marcharse –típicos excéntricos non fiction de su cine-, registra imágenes al borde de la abstracción, tan extraterrestres como las que la NASA le facilitaría luego para The wild blue yonder, del 2005. Las nubes de gas bordeando los alrededores del volcán, borrando progresivamente los contornos geográficos de referencia: inolvidables. El asunto es que los indicios del desastre comienzan a disminuir y la gente regresa a sus hogares para retomar su vida, situación que Herzog vive como fracaso personal; él había ido a filmar el Apocalipsis desde la primera fila: “El giro de esta película nos resultó penoso y así acabó todo, en la absoluta nadería y el absoluto ridículo. Ahora se convierte en un reportaje sobre una catástrofe inevitable que nunca tuvo lugar.” Su ambición devenida en esfuerzo inútil lo convierte también a él en una de sus invenciones, en un Aguirre, un Cobra Verde, un Fitzcarraldo más.


La balada del pequeño soldado – 1984

Un humanismo nada subrayado, porque los hechos hablan y la filmación de niños usados como carne de cañón no incurre en zooms abyectos. En un pueblo indígena cuyo territorio es la selva nicaragüense, los miskitos, organizados por siglos en la práctica de un socialismo primitivo, pelean aliados del sandinismo ante la invasión de su hábitat por parte de Somoza. Sin embargo, cuando éste cae, los sandinistas en el poder los reprimen violentamente, tanto a ellos como a sus peticiones. Entonces, la división de niños-soldados de esta etnia comienzan a ser entrenados y pertrechados ahora por los contras, siendo adoctrinados contra “el comunismo”: concepto vacío que les fuerzan a identificar con la matanza de seres queridos. Un colonialismo territorial, sí, pero también del lenguaje. Estos chicos morirán, qué duda cabe, todos los bandos los utilizan sucesivamente porque –parafraseando a John Ford– they are expendable.

Muy lejos del estereotipo con el que muchos rotulan al director, aquí no hay foco en protagonistas megalómanos capaces de aplastar a quienes se interpongan en sus proyectos delirantes, sino una luz tenue, un grito ahogado a favor de los más débiles. Y dos de las imágenes más tristes de toda su filmografía: el plano secuencia con niños sometidos a la práctica del disparo con mortero, y la visión del lánguido soldadito cantando su balada.


Heracles - 1962

Acá si que cuesta encontrar los rastros de lo que vendría después. Montaje paralelo entre imágenes de fisiculturistas y desastres automovilísticos, bombardeos en ciudades e ítems similares puntuados por música a lo Coltrane y frases sobreimpresas de ironía canchera muy de esa época. Ejemplo: un forzudo ejercitando sus músculos y la pregunta en pantalla: "¿podrá vencer a las Amazonas?"; corte e inmediatamente se nos muestran mujeres soldado marchando. Y así todo en éste, su primer corto. También los gigantes comenzaron pequeños.

Últimas palabras - 1968

Incomprensible este viejo que toca la lira pero no habla, casi un Kaspar Hauser que, en lugar de una vida encerrado en un sótano, porta una existencia anterior recluído en una isla por voluntad propia. "Lo sacamos de allí, lo salvamos" manifiestan a dúo dos policías, sobreactuando orgullosamente ante cámara. Un testigo narra que cuando lo tomaron por la fuerza para subirlo a un barco dijo: "no podéis hacerme daño, estoy al mando de toda una flota", mientras el encuadre muestra que esa flota, sus barcos, no son más que un dibujo tallado en la roca. El personaje quedará para nosotros inmediatamente adscripto al linaje de los excéntricos románticos que Herzog siempre supo encontrar -o inventar...




País del silencio y la oscuridad - 1971

Cuesta asimilar que esta señora alemana tan segura de sí y pragmática sea sordo-ciega. Transformando su vida en un apostolado, Fini Straubinger parece indoblegable en su decisión de ayudar a los que padecen en mayor o menor grado su misma problemática. Organiza encuentros, pasea con acompañantes en aeroplano y discute con políticos, pero el núcleo de su tarea consiste en ayudar a quienes, como ella, sólo pueden comunicarse bajo otro sistema de códigos. Este lenguaje táctil que, simplificando, podríamos definir como un alfabeto en la palma de la mano, ya estaría justificando este documental en primera persona. Hay mucho más, sin embargo. Porque el retrato de su protagonista sugiere un boceto del personaje que Herzog plasmaría, anclado en la ficción, tres años después en El Enigma de Kaspar Hauser (1974): ambos, al fin y al cabo, pasan gran parte de su existencia encerrados en sí, y luego irrumpen en el mundo para modificarlo a partir de su singularidad. Con origen en un golpe en la cabeza cuando niña, Straubinger va perdiendo gradualmente oído y vista, hasta que a los 15 comienza del todo su soledad silenciosa y oscura. A los 45 años, luego de 30 de prisión interior, comienza su intervención militante y solidaria.

Una mujer hecha de la misma madera que otros héroes imparables del cineasta alemán. Hacia afuera: un roble en pos de su objetivo. Hacia adentro: sturm und drang (tempestad e ímpetu), pero también oscuridades y angustias muy propias de los románticos alemanes en su identificación de paisajes naturales con sentimientos internos.

Si fuera pintora representaría nuestra afección así: la ceguera como un río negro que fluye lentamente como una melodía hacia unas imponentes cataratas; en su orilla árboles, flores y pájaros cantando dulcemente.

El otro río, que viene del otro lado, es tan transparente como el más puro de los cristales, también fluye lentamente pero sin sonido.

Al fondo hay un lago muy oscuro y profundo donde se encuentran ambos ríos. Donde se unen hay unas rocas que chocan contra las aguas formando espuma, para después dejarlas fluir silenciosa y lentamente.

Hay un sombrío embalse que se extiende en la más absoluta quietud, tan sólo perturbada por alguna onda esporádica que representa la lucha de los sordo-ciegos.
No sé si lo han entendido. Las rocas que rompen las aguas simbolizan la depresión que sienten los sordos y ciegos cuando se quedan sordos y ciegos. Es así como lo siento.



Cuánta madera roería una marmota - 1976

Un juego: traten de decir rápido varias veces "How Much Wood Would a Woodchuck Chuck", a ver...

¿No es más fácil subir un barco a una montaña, como en Fitzcarraldo?

Esa frase es el título original de un documental donde Herzog, coherentemente, sigue presentando tribus desconocidas. Pero en esta oportunidad no circulan en taparrabos por selvas o montañas de América del Sur, sino que están en el corazón de EEUU, en Pensilvania, tan extraterrestres como el originario de Andrómeda que personifica Brad Dourif en The Wild Blue Yonder. Son... ¡los subastadores que hablan muy rápido!

Los vemos en acción en un evento anual llamado World Championship of Livestock Auctioners (Campeonato Mundial de Subastadores de Ganado), que existe de verdad, juro que no bebí. Orgullosos de su habilidad, comentan haber aprendido a decir con ritmo y velocidad asistiendo a muchas subastas, y aconsejan: "tenés que amar hablar".

Ciertamente, mientras se suceden unos a otros en la competencia, el efecto de su catarata discursiva asemeja un mantra que nos va adormilando en forma no muy diferente a la música trance o chillout; sin embargo, algo chirria en la deformidad de esa lengua que no parece servir para comunicarse sino más bien como código comercial unidimensional. Y habrá un campeón, igual que en la gran The King of Kong (Seth Gordon, USA, 2007) , en la que el desocupado practica día y noche para obtener el récord mundial del jueguito arcade Donkey Kong, feliz de justificar su vida ante sí y enorgullecer a su familia.




Final: abrupto flashforward al 2010

Bad Lieutenant: Port of Call New Orleáns – 2009. (No incluída en el ciclo, pero de muy próximo estreno)

Imaginar a priori que iba a ser un engendro por encargo terminó potenciando la sorpresa cuando finalmente la vi. ¿Una remake de la ya suficientemente buena Bad Lieutenant de Ferrara ¿encima starring el enervante Nicholas Cage? Pues no: un film despojado de culpas católicas con protagonista megalómano, paisaje desolador - l Nueva Orleans post-Katrina- y atmósfera docu-fantástica, 100 % Herzog.

Una apropiación con todas las de la ley.

2 comentarios:

Esteban dijo...

Bad Lieutenant está buenísima

Carla D dijo...

Qué bueno, Pablo! Como siempre me das ganas de incursionar en un filmografia que no conozco, voy a tratar de ir a las proyecciones del teatro San Martin

Carla