todos estamos igual

miércoles, 5 de agosto de 2009

Dos chicas


(Foto: Nicolás Villalobos)

(Fragmento de La constitución travesti, el libro de Sebastián Duarte* publicado recientemente por Distal).

En el grupo de las travas del bar había dos chicas jóvenes (en el ambiente se les decía conchas a las del sexo femenino) que también formaban parte del circuito. Tenían dieciocho años y sus cuerpos eran fabulosos, pero no necesitaban mostrarse porque la lozanía y la belleza iban de su mano. Ambas también hacían la calle. Por lo general, enganchaban clientes adentro del bar, o bien se apostaban en la esquina y le tiraban onda a varones que circulaban por la calle. Una llevaba el pelo corto -a lo Araceli González cuando recién se iniciaba en el mundo del espectáculo- y su nombre era la Donna. Su par se hacía llamar Picachu. Ellas se amaban con locura. Andaban de la mano de un lado para otro y solían besuquearse en cualquier rincón sin ningún tipo de tapujo. Su condición de lesbianas les permitió ganarse la simpatía del grupo de las travas, quienes no las veían como potenciales competidoras. Por eso eran bienvenidas en toda clase de andanzas e historias e incluso eran tratadas como si fueran una más.

Picachu era preciosa. Lucía cabello corte a dos aguas, que le llegaba hasta la altura de su pera. En su rostro tenía colocados tres piercings: en la pera, en la nariz y en la ceja. Ella decía ser dark, por eso siempre estaba vestida de negro. Como lucía sus pantalones un poco caídos, quedaba expuesto el elástico de su ropa interior que mostraba sin prejuicio alguno, al igual que el piercing que llevaba puesto en su ombligo. Picachu estaba muy enamorada de la Donna, la petisa culona súper cocainómana, a quien mencionaba todo el tiempo. Vivía pendiente de sus pasos tenazmente, pero la Donna era indomable y sabía cómo escabullirse. Cada dos por tres se volteaba a algún tipo para sacarle la mayor cantidad de dinero posible que luego utilizaba para consumir. Pero el problema radicaba cuando desaparecía por varios días y nadie sabía sobre su paradero. Picachu se ponía compeltamente loca y cuando se reencontraban las peleas eran feroces y agresivas. Cierta vez, Picachu la golpeó tanto que la dejó llena de moretones. Las demás travestis tuvieron que intervenir para frenar su ira. Hasta que el desenlace de esa relación llegó un día de verano. La Donna había ligado con un dealer de nombre Charly, que tenía una moto Honda de 400 de cilindrada. Juntos iban de un lado para el otro vendiendo y consumiendo. Esa noche habían estado en una fiesta con travas peruanas y la mezcla de alcohol, pastillas, marihuana, éxtasis y merca había producido un cóctel poderoso en sus cabezas. Tuvieron relaciones sexuales en una estación abandonada en la esquina de Garay y Entre Ríos. Luego subieron a la moto y encararon a contramano por Brasil. Cuestión que de golpe giró de la izquierda un colectivo de la línea 60 y se los llevó por delante. Ninguno consiguió salir ileso porque sus cráneos se quebraron al estrellarse contra el pavimento. Al día siguiente, Picachu se enteró de lo sucedido e instantáneamente tomó la determinación de suicidarse. Se cortó las venas en la bañera del departamento de sus padres, en el barrio de Sarandí, pero ellos llegaron justo a tiempo, antes de que la joven terminara desangrada. Estuvo internada por unos días en el hospital Finochietto, de Avellaneda. Después fue trasladada a un nosocomio psiquiátrico en la localidad de Lanús. Luego de permanecer por unos meses en recuperación, sus padres la enviaron al Chaco para que se entretuviera con actividades agrícolas junto a sus primos, en el campo de unos familiares directos de su madre.


* Nota del editor: Sebastián estuvo hace poco en La otra.-radio y nos contó del proceso de escritura del libro, de los meses que pasó viviendo en pensiones del barrio de Constitución con la misión de escribirlo, de los dos inviernos en que estuvo en vilo hasta encontrar la clave que organizara el cuantioso material narrativo que había recogido. Nos contó que un invierno se fue solo a Mar del Plata, tratando de encontrarle la vuelta y que en la Feliz se pasaba las horas en un cíber, escribiendo como un hijo de puta. Y ahí le encontró la vuelta. El libro tiene una base experiencial y una reelaboración ficcional que convierten a Sebastián en un escritor a secas, más allá de su background de años de trabajo periodístico. Hay una integridad en su escritura que distingue a los narradores de verdad, un decir llano, sin floreos estetizantes, una lengua del muchacho de Avellaneda que Sebastián es -"sus cuerpos eran fabulosos"; "Cuestión que de golpe giró de la izquierda un colectivo"-, con alguna contaminación de jerga periodística -"el problema radicaba cuando desaparecía por varios días y nadie sabía sobre su paradero"; "fue trasladada a un nosocomio psiquiátrico en la localidad de Lanús"- que le dan a su estilo una tensión anfibia que es su voz distintiva.

4 comentarios:

no soporto a la gente dijo...

¡Tensión anfibia! ¡qué elogio!
A mí no me gustó el estilo, me parece una yuxtaposición de registros medio discordante.
Claro que es solo una página. Tal vez esos trazos que aquí no terminan de homogeneizarse en el libro todo conformen una unidad.

Y como ayer pasé por ahí, por Travestis y Cartoneros (el cartón está a 25 cents ahora; hace un año y medio, estaba a 50), y como estoy insomne y al pedo, y enganchadx con las versiones y reversiones, sin repetir y sin soplar, sin corregir, escribí mi propia versión. Total, es gratis….

Saludos



En el grupo de las travas del bar había dos chicas jóvenes (dos “conchas”, en la jerga) que también formaban parte del circuito. Tenían dieciocho años y sus (Eh!, si sus cuerpos eran fabulosos en serio estarían laburando en privado, no en la calle) cuerpos naturales se distinguían entre la recargada femineidad de las travestis. Por lo general, enganchaban clientes en el bar, y a veces paraban en la esquina. Una, la Donna, llevaba el pelo corto, como Araceli González cuando recién empezaba. La otra se hacía llamar Picachu. Ellas se amaban con locura. Siempre andaban de la mano y solían besarse en cualquier lado sin que les importara nada. Su condición de lesbianas les permitió ganarse la simpatía del grupo de las travas, quienes no las veían como potenciales competidoras. Por eso eran bienvenidas en toda clase de andanzas e historias, e incluso eran tratadas como si fueran una más.
Picachu era preciosa. El pelo, a dos aguas, le llegaba hasta la altura de la pera. Tenía tres piercings en la cara: uno en la nariz, otro en la ceja y el último, debajo del labio. Decía que era dark y siempre estaba vestida de negro. Usaba pantalones de tiro bajo, que dejaban a la vista el elástico de su bombacha, al que mostraba encantada, lo mismo que al piercing que decoraba su ombligo. Picachu estaba muy enamorada de la Donna, la petisa culona súper cocainómana a quien nombraba todo el tiempo. Vivía pendiente de sus pasos, pero la Donna era indomable y sabía cómo escabullirse. Cada dos por tres se enganchaba a algún tipo para sacarle la mayor cantidad posible de plata, que luego utilizaba para consumir.
Los problemas empezaban cuando desaparecía por varios días y nadie sabía dónde estaba. Picachu se ponía completamente loca y, cuando se reencontraban, las peleas eran feroces. Una vez la golpeó tanto que tuvieron que meterse las travestis para separarlas, aunque la dejó llena de moretones. El desenlace de esa relación llegó un día de verano. La Donna se había metido con Charly, un dealer del barrio que tenía una Honda 400. Juntos iban de un lado para el otro vendiendo y consumiendo. Esa noche habían estado en una fiesta con travas peruanas y la mezcla de alcohol, pastillas, marihuana, éxtasis y merca los tenía en llamas. Cogieron en la estación de servicio abandonada de Garay y Entre Ríos. Luego subieron a la moto y aceleraron en un largo wheelie por Pavón. Justo salía de la terminal un 51, y la moto se incrustó entre la puerta y el parante. Los cuerpos no. Un poste de luz detuvo el vuelo de la Donna. Charly, en cambio, aterrizó en la calzada, cerca de la esquina.
La noticia corrió rápido en el barrio, y hasta salió en Crónica. Cuando Picachu se enteró de lo que le había pasado a su novia, instantáneamente tomó la determinación de suicidarse.
Fue al departamento de sus padres, en Sarandí, se metió en la bañera y se cortó las venas. Pero no lo suficiente. Ellos llegaron antes de que se desangrara, y terminó internada unos días en el hospital Finochietto, de Avellaneda. Después la llevaron a una clínica psiquiátrica de Lanús. Estuvo adentro unos meses, y cuando le dieron el alta, la mandaron al Chaco para que trabajara junto a sus primos en el campo del hermano de su madre.

Oscar Cuervo dijo...

Es que yo creo que en la heterogeneidad del estilo, en esas notas discordantes, encuentro algo más interesante que en los que logran un estilo homogéneo. Me gusta que diga "su ropa interior" en lugar de "su bombacha", lo que lo aplastaría contra un lenguaje homogéneamente coloquial. No soy experto en literatura, no leo novelas ni cuentos ni poesía. Sólo hablo de mi experiencia como lector de estos textos.

julieta eme dijo...

las fotos de nicolás son buenísimas. ésta especialmente. y el camarín me queda re cerca. voy!!

Mariana dijo...

las fotos expuestas en el camarín son una delicia, voy dos veces por semana por cuestiones laborales y tanta sensualidad contenida me distrae muuuucho. Si la muestra sigue por más tiempo me espera un inminente despido por estar en babia.
saludos y recomiendo verla!!!