todos estamos igual

jueves, 7 de mayo de 2009

Ok, Terence, ya lo entendí



por Oscar A. Cuervo

Siempre será un misterio para mí la devoción con que ha tratado la crítica a Of Time and the City, la película de Terence Davies que hoy se estrena en cines porteños. Casi todos (incluso mi amigo DiTella, a quien el film le recuerda su período británico) se han deshecho en elogios hacia este collage de imágenes de archivo de Liverpool que pasa por ser un canto de amor y odio hacia la ciudad natal del cineasta. Una descripción bastante neutra puede establecer que se trata de una especie de La república perdida sin radicales, con el énfasis hartante de la voice over de Davies dejando en claro que lo suyo es el sarcasmo. Nunca antes un tipo me ha caido tan mal solamente escuchando su voz y esta es el elemento más persistente de Of Time and the City.

Un film de archivos nostálgicos concebido con pereza: imágenes de un pasado dorado que a cada rato Davies se encarga de subrayar que ya nunca volverá:
Los verdaderos momentos dorados pasan, y no dejan huella o "Si Liverpool no existiera, habría que inventarlo" , con canciones de Peggy Lee y la idea de que todo lo que viene después de la infancia es la decepción. Si la película se refiriera a Buenos Aires, por ejemplo, y el que hablara fuera Enrique Pinti, los críticos probablemente no serían tan complacientes.

Si la voz de Davies no fuera tan latosa, la película se dejaría ver con agrado en una tarde de lluvia en el cable, se disfrutarían sus canciones y sus fotografías evocativas. De todos modos, esa belleza parásita no podría disimular que se trata del discurso (en el sentido más ceremonial de la palabra) de un reaccionario, ilustrado con imágenes y música. Que las palabras suenen pomposas y que la entonación resalte el deseo del hombre de pasar por un gran irónico no disimula que el peso del texto no produce ningún contrapunto con la imagen. Se trata, en el sentido estricto, de un programa de radio con imágenes que alivian el tedio del señor sentencioso.

Acerca de la posición desde la cual Davies enuncia su Elegía Liverpooliana, podemos mencionar sus palabras despectivas hacia los Beatles, después de cuya aparición, para Davies, todo se arruinó en la ciudad puerto. Cuando se le pide en una entrevista que amplíe este exabrupto del film, Terence la termina de embarrar: "
A mediados de los ’50 Cole Porter estaba vivito y coleando, y en ese momento apareció el rock and roll. Me acuerdo de que a los 11 años fui a ver Prisionero del rock and roll, con Elvis Presley. Me pareció bastante tonto lo que hacía, todos esos sacudones y contorsiones... Ahí empecé a volcarme a la música clásica. Pero enseguida aparecieron The Beatles, que me parecieron incluso peores que Presley. Esas letras... “El dinero no puede comprar amor”. ¡Dios mío, qué banalidad!", se indigna como una señorona mancillada.



Afortunadamente para Liverpool, esa ciudad será recordada por John, Paul, George y Ringo y por una película más bonita filmada en una tierra del fuego: la de Lisandro Alonso.

4 comentarios:

Fotografías dijo...

OK, Oscar, let us agree to disagree...
Lord Andrew

Oscar Cuervo dijo...

I,m totally agree with you, My Lord.

martha dijo...

Uh! Cómo me copian estos dos!!
Pero yo sí que soy mala en serio...
Lady Macbeth

Anónimo dijo...

Los Beattles: nunca estuvieron tan adorables,,,